Mañana viernes 1 de febrero, en torno a las una y cuarto del mediodía, se celebrará un sencillo acto litúrgico con el alumnado de educación infantil para recordar la Fiesta de la Presentación de Jesús en el Templo, quedando invitados todos los padres y todas las madres a dicha celebración. Este día también se conoce como la Fiesta de la Candelaria porque antiguamente se realizaba una procesión con candelas en honor a la Purificación de la Virgen María.
En esta fiesta celebramos que en el tiempo y en el país donde nació Jesús, según la Ley de Moisés, el primer hijo en nacer tenía que ser presentado a Dios en el Templo. Era una forma de decirle a Dios: “Mira Dios, te presentamos a este niño que ha nacido”, y al niño, aunque era muy pequeño era como decirle: “Mira nene, te presentamos al que te ha dado la vida y todo, que es Dios”. Este acto debían hacerlo siempre los padres cuarenta días después de nacer el primogénito.
"Todo varón primogénito será consagrado al Señor" y "para ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o dos pichones, conforme a lo que se dice en la Ley del Señor" (Lc 2, 22-24).
La liturgia celebra la presentación de Jesús el día 2 de febrero, cuarenta días después de su nacimiento. El día 25 de diciembre, día de Navidad, fue el día que nació Jesús y si contamos desde este día hasta el 2 de febrero veremos que hay 40 días. Es decir, que en ese día, José y la Virgen María, tomaron a Jesús y fueron a presentarlo a Dios.
Pero además de presentar al niño, se purificaba a la mamá. La madre después de dar a luz estaba muy débil y debía cuidarse mucho para no caer enferma. Al final de esos 40 días se creía que la mamá ya estaba otra vez fuerte y por ello, junto a su marido podía presentar al niño. Ese volver a estar fuerte ante Dios se llamaba Purificación, es como lavarse la debilidad para volver a estar fuerte.
Pero la presentación del niño a Dios y la purificación de la mamá no se hacía en cualquier lugar y de cualquier manera. Se iba a la ciudad de Jerusalén, donde estaba el Templo de Dios, y allí se presentaba el niño a Dios. Pero además, los padres no iban con las manos vacías sino que llevaban a Dios un regalo por haberles dado un niño y por dar a la madre salud. Pues bien, el regalo que llevaban los pobres al Templo de Jerusalén era un par de palomas o de tórtolas, y eso es lo que llevaron José y María al Templo ese día para presentar a Jesús.
Pero Jesús es el Hijo de Dios y por ello, Dios Padre avisó a unas personas muy buenas para que fuesen al Templo, si querían conocer a su Hijo el cual cuando se hiciese mayor salvaría a todas las personas del pecado; estas personas, que acudieron al encuentro de Jesús se llamaban Simeón y Ana. Simeón le dice "han visto mis ojos tu salvación, la que has preparado a la vista de todos los pueblos, luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel" (Lc 2, 30-32). Entonces José y María, con esta experiencia, comprenden más claramente la importancia de su gesto de ofrecimiento en el templo de Jerusalén: presentan a Aquel que, siendo la gloria de su pueblo, es también la Salvación de toda la humanidad.
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